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Mar de invierno


 

                                                                                    Sólo unos pies descalzos, plantados en el suelo,

                                                                                                    saborean lo absurdo de esta realidad.

                                                                                                                                Fernando Cravioto

 

Mar de invierno

Por Daniela Della Bruna 

Mis pies marcaron, desde la infancia, el pulso de una rebeldía. La ceremonia de unos zapatos o zapatillas nuevas incluía siempre ampollas, calzadores, prácticas en casa para que estén más adaptados. Estar calzada, por mucho tiempo significó dolor. La historia del calzado, después de todo, no está exenta de su función como aparato de tortura. Unos pies pequeños eran símbolo de belleza para las culturas asiáticas, que crearon zapatos que impedían el crecimiento y traían todo tipo de dolores y consecuencias.

Volver a  usar zapatos después de la pandemia fue traer esos años de la infancia. Aún hoy sigo descalzándome al entrar a mi casa, pero en esas primeras salidas el dolor y la incomodidad se presentaron como una preocupación diaria. ¿Volvería a acostumbrarme?

No era la única, encontré una proliferación de artículos sobre los pies y la pandemia. Desde asociaciones médicas se mencionaban los riesgos a mediano y largo plazo de andar tanto descalzos en casa: tendinitis, fascitis plantar, metatarsalgia. Revistas de moda ostentaban títulos como “¿No te quedan los zapatos después de la cuarentena?”.

Después que se ha movido el piso debajo de nuestros pies, hay que volver a caminar la tierra. Salir al mundo. Como lo es salir del mundo de la infancia, como lo es, por qué no, volver después un contemporáneo y colectivo simulacro de apocalipsis. ¿Hay que calzarse para entrar al mundo?

En la práctica del yoga, al contrario, los zapatos son posibles obstrucciones a la conexión con la tierra y el universo. En la India, lo más común es meditar y hacer yoga descalzos. Se mencionan en las recomendaciones de los centros de yoga en Occidente que realizar esta práctica sin zapatos ni medias mejora la circulación, permite un mayor rango de movilidad y flexibilidad en los pies, genera mayor estabilidad, contribuye al equilibrio y aumenta la conciencia corporal. ¿Hay que descalzarse para entrar en uno mismo?

No soy la única, claro, que gusta de sacarse los zapatos fuera del ámbito del yoga. Tanto es así que Wikipedia tiene una entrada llamada Lista de descalzos, que abre  con una foto de Isadora Duncan bailando descalza durante una gira que realizó en Estados Unidos de 1915 a 1918. Ella fue la iniciadora del movimiento de baile descalzo a principios del siglo XX. Aparece una lista de famosos conocidos por estar descalzos, que incluye personajes como los filósofos griegos Sócrates o Diógenes, varios santos y santas, cantantes, artistas, bailarinas. Pero también aparecen personajes menos vinculados a la filosofía, la religión o el arte, como los empresarios Steve Jobs o Mark Zuckerberg, documentalistas, montañistas y políticos entre otros. Incluso, personajes del anime y manga o famosos de la literatura como Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

Entrar o salir del mundo. Dar pasos. Estar de pie. Entrar en uno mismo… Google fotos me trae un recuerdo de un junio más lejano, entre la infancia y la pandemia, cuando adulta me convertí en niña al quedar huérfana. Tenía que volver al mundo, pero era necesario igualmente volver a mí y gestar un duelo. El invierno siguiente a la muerte de mi padre volví al mar. El mar casi siempre frío de la costa atlántica, bien al sur. Allí la conciencia de los pies en el agua helada, del tacto de la arena, allí ese caminar mirando un horizonte sin fin, acompañada por un vaivén milenario, me recordaron que la pena es inmensa y que los pies son canales. Caminar, enraizarse, descargar a tierra. Sentir que la vida y la muerte se besan brevemente y siguen su camino. Yo ahí, en esos pies, mi padre, enterrado con sus mejores zapatos. Hasta esa muerte no se me ocurrió pensar cómo se viste a los muertos. Te sugieren que los pies vayan descalzos. Pero con él no se podía, amaba el perfume y los zapatos. Todas las tardes se ocupaba, sentado en un rincón de la cocina, de lustrarlos y prepararlos para el día siguiente.

Él creía que había que calzarse para entrar al mundo. A todos sus mundos. Zapatos de trabajo, de salir, chancletas para la casa. Cada ámbito de vida determinado por unos pies vestidos para la ocasión. Nunca descalzos. Pocas veces vi sus pies desnudos, siempre usaba medias. Y siempre nos retaba si no teníamos nada en los pies. Muchos años creí que si abría la heladera descalza podría morir de una descarga eléctrica.

Fue calzado en su andar a la muerte. Y yo me descalcé, un invierno después, para reanudar la vida.

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