Nota publicada en el Número I de Dame una MAG
Libros para el otoño/invierno distópico que atravesamos
Por Daniela Della Bruna
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto...” El comienzo de La metamorfosis, de Franz Kafka es la metáfora perfecta para empezar a esbozar algunas de las sensaciones que nos genera estar en un mundo que parece haber cambiado de un día para otro.
Los temas que nos desvelan- la libertad, la posibilidad de elección, el condicionamiento social, quiénes somos, individuo, sujeto, sociedad- están, una y otra vez, en todas las formas del discurso, y en la literatura despliegan una potencia propia.
Parafraseando al genio, cuando el mundo despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su casa convertido en “aislado”, y entonces, ¿cuántas veces este sueño pesadillesco se recreó en la literatura? Un ejemplo lejano en el tiempo es El Decamerón. Entre I35I y I353, Giovanni Boccaccio escribe este clásico de “historia dentro de otra historia”. La excusa para la serie de cuentos, que transitan todos los temas imaginables, es un grupo de jóvenes florentinos que se refugian en una villa para resguardarse de la Peste Negra que asediaba Florencia.
En esta edición de Dame una Mag, vamos a repasar obras donde el encierro es protagonista.
La casa propia y ajena: encerradxs en el espacio privado
El registro de lo cotidiano permite explorar la limitación espacial como catalizador de los conflictos latentes en las relaciones y en la propia interioridad. ¿Y ahora qué? ¿Desde qué lugar nos encontramos con los vínculos? ¿Qué estalla dentro cuando no hay dónde huir, dónde esconder, dónde aturdir? Monstruos y héroes a la vez, toda reacción, toda circunstancia se magnifica y se transforma en acontecimiento, nos interpela. No hay nada nuevo, sencillamente ya no se puede mirar para otro lado, ¿o sí?
Cuando Gregorio Samsa se vio convertido en insecto, debió quedarse confinado en su casa y aquí tenemos una novela corta, pero intensa, La Metamorfosis (I9I5). La trama va al hueso de lo que pasa en las relaciones familiares de esa convivencia más que nunca obligada, con el sostén económico de la familia incapaz de salir y todos los monstruos que emergen en el espectro doméstico.
En otro registro, El diario de Ana Frank (I947) nos deja la experiencia de una preadolescente en los meses de encierro con un grupo de refugiadxs judíxs, escondidos de los nazis en un pequeño espacio. El relato de las vivencias cotidianas se hace desde una perspectiva infantil, que muchas veces lo hace más crudo.
Gregorio que es, por el artilugio de Kafka, un insecto y Ana, la niña judía; son los otrxs de una sociedad que lxs compele al encierro, a la huida, al refugio. La diferencia como fuente de segregación, raza, religión, parámetros de funcionalidad corporal. Y la casa, la propia y la ajena, como refugio ante el peligro que está afuera, pero también se puede encontrar adentro.
Del otro lado del charco, un accidente automovilístico, un escritor gravemente herido y una fanática obsesionada por la resurrección de su personaje favorito son el marco para la escalofriante Misery (I987), de Stephen King. La relación de Paul Sheldon, el exitoso escritor, y la enfermera Annie Wilkies, separadxs de la civilización, al principio parece buena, pero en el avance de la historia se muestra la decisión de la mujer de retenerlo y obligarlo a escribir otra novela de la serie de la heroína ya muerta en la ficción.
Ahogo, desesperación. Eso nos trae Misery. Annie, aparentemente dulce, nos confronta con un miedo interior, ¿qué pasa cuando dependemos físicamente del cuidado de otra persona? ¿Y si esa persona se transforma en carcelera? ¿Si nuestra vulnerabilidad física es explotada? ¿Si somos sometidxs por el miedo? ¿Si el cuerpo no nos responde? Y entonces, ¿cuántxs estarán en este contexto de pandemia en manos de su enemigx?
Treinta años después, en 20I7, Isabel Allende publica Más allá del invierno. En este caso, una fuerte tormenta de nieve en Nueva York y un accidente sufrido por el dueño de un departamento en Brooklyn, transforma un invierno cualquiera y un espacio doméstico en el escenario donde la historia de una chilena culta que vive en el sótano de un destacado profesor universitario norteamericano y una joven guatemalteca que reside ilegalmente en Estados Unidos, se despliega en relaciones complejas.
Con las fronteras cerradas y las comunicaciones interrumpidas, la legalidad o ilegalidad como adjetivo calificativo, como marca identitaria, se transforma en el mal que acecha a la pretendida aldea global. Los Estados más que nunca están desnudando y desplegando el aparato policial de control, hacia adentro y hacia afuera.
La pandemia no significa lo mismo para lxs ciudadanxs clase A de cada localidad imaginada que para quien está varadx en un país extranjero, para quién inició una migración por cuestiones de supervivencia. Y mucho menos para esx otrx interior, habitante de la barriada, indígena, pobre, que sí tiene que tener el documento a mano y sufre día a día el golpe duro de la mano represora.
La cárcel y el manicomio: el encierro de lxs otrxs
La cárcel y el manicomio son los escenarios elegidos, junto con la escuela, por Michael Foucault para su célebre Vigilar y Castigar (I975), donde la idea de panóptico es central. Estas instituciones instrumentan el encierro legitimado, por el dispositivo legal o por el dispositivo médico. La expresión de la biopolítica, hoy llevada al paroxismo. Veamos cómo esto funciona en la literatura.
La sutil y escalofriante pluma de Manuel Puig nos trajo una novela donde los personajes están dentro de una cárcel, uno de los paradigmas del encierro, El beso de la mujer araña (I976). Dos personajes conviven en una misma celda, un joven acusado por subversión, Valentín (inspirado en un detenido por pertenecer al movimiento estudiantil del 68) y un hombre homosexual, una década mayor, Molina.
El deseo de este último de ser mujer y su carácter sentimental, confrontado con el idealismo político del joven empieza a tejer una relación exquisita entre ambos, donde la seducción se construye a través de la narración de películas clase B con las que se presenta el hombre mayor. Molina elige el discurso desde la subjetividad, y confronta con Valentín, que quiere desarmar con la autoridad de la razón ese discurso más experimental. La homofobia inicial del joven es interpelada, y trascendida a partir de ese encuentro personal. Subyace un Estado disciplinador de cuerpos, sexualidades y con un fuerte sesgo clasista; en una cárcel donde lxs profesionales que tienen palabra en la extensión de las penas ejercen un poder basado en mandatos culturales y sociales conservadores.
Otro de los paradigmas del encierro es el hospital psiquiátrico. En este sentido, recién salidita del horno editorial, Virginia Cosin nos dejó Pasaje al acto (20I9), una novela que nos sumerge en una de las internaciones psiquiátricas de su protagonista narrada en primera persona. Recuerdos embotados por la medicación, sesiones de terapia, la salvadora Madame Bobary en la escueta biblioteca del lugar, la confrontación con el propio cuerpo, el registro de lo onírico, el encierro que es externo, pero sobre todo interior, son los pincelazos que nos llevan a conocer en un plano íntimo una experiencia desgarradora.
No es casualidad que nuestra sociedad en esta pandemia se haya chocado con la evidencia de estas dos instituciones, polémicas sobre qué hacer con las cárceles y con las personas que están en ellas. También situaciones vinculadas a los hospitales psiquiátricos que nos mostraron que el dispositivo está allí, funcional al artefacto del poder que lo creó, pero sin resolver realmente la problemática que dice abordar.
¿Qué nos provoca el encierro? Solxs, en distintos espacios, con otros y otras. ¿Qué se juega en la subjetividad cuando las restricciones externas nos constriñen? ¿Qué hacemos de nosotrxs y con lxs otrxs cuando no podemos salir. ¿Y en la construcción social? ¿Qué se pone en consideración? ¿Qué se transparenta? ¿Qué se delata como obsoleto?
Estas novelas, y las que injustamente habrán quedado de lado, nos permiten espiar un espectro de situaciones de aislamiento, atravesadas por la vivencia íntima, pero también por la social. Una mirada de voyeur en otras subjetividades y tal vez, por qué no, un espejo de alguna de nuestras vivencias.
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