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Un aprendizaje... la escuela obligatoria de la vida



Con el cáncer pasan dos cosas. O te mueres o te salvas. U otras dos, te salvas tras una larga lucha o mueres tras una larga agonía. Es interesante el negocio alrededor. El azar jugando su papel perfecto. Por qué se salvó aquella mujer que cruzábamos en todas las consultas y parecía ya un cadáver y por qué te moriste vos, que estabas hecho un toro el día que te dieron el diagnóstico. Me alegro de que se salvara la mujer, por cierto. Sería muy mezquino resentirme por la vida de otros, incluso resentirme por tu muerte. Una vida como la tuya no merece despertar cuestiones tales como el resentimiento. El dolor me lo vas a tener que permitir, después de todo es mío. Dicen por ahí que solo lloramos por nosotras mismas, puede ser.

El cálculo del cáncer se reduce a una traducción al sistema binario. Ceros y unos. Los ceros mueren los unos viven. Y el cálculo del que estuvo alrededor, no puedo decir el cálculo del protagonista porque no pude hablar de eso con vos, también se reduce a ceros y unos. Cero si no aprendés nada y uno si aprendiste.

Si me preguntan en serio, preferiría no haber aprendido lo que aprendí, o tal vez no aprendí nada, quién soy para decirlo; preferiría en todo caso que no me enseñaran lo que me enseñaron, no haber visto lo que vi, porque en definitiva hubiera deseado que no tuvieras cáncer. Pero como ahí no tuvimos alternativa, me alegro de haber podido ver.

A la distancia y con la estrecha paz que te acaricia cuando se apagaron las rabias por lo inevitable, no hay enojo, ni resentimiento hacia ciertas cuestiones, hay un vacío y un dolor todavía sobre otras.

Cuando alguien cercano se enferma de cáncer, comienzan las clases. Las lecciones más fáciles son las más evidentes, aquellas que se dan como en un primer grado, con material concreto. Y el material concreto es la gente. Qué genérico, la gente. Las personas. Pero voy a usar en principio el genérico, porque aparece gente de todos lados, no solo las personas con quienes compartís la familiaridad de lo cotidiano.

Aparecen y desaparecen. Hay gente que no sabe o no puede lidiar con gente que tenga un enfermo de cáncer cerca. Creo que le tienen miedo al contagio. Si se muere tu padre, de golpe me acuerdo de que mi padre podría morirse, y como todo gira alrededor mío y vos eras un accesorio proyectivo en mi existencia ególatra/infantil, voy a evitarte por un tiempo. Algunos salen corriendo a tal velocidad que impresiona, ni siquiera terminan la conversación iniciada. A la distancia eso se vuelve gracioso. Nada más efectivo que mencionarle a alguien que no empatiza y que realmente no te quiere que tu papá tiene cáncer, para quedarte paladeando el gustillo a polvo que levantó al salir corriendo cuasi literalmente. Están los que evitan el tema y se borran de a poco. Los que están altamente incómodos en tu presencia, aunque sigas siendo una persona totalmente funcional y que no está llorando por los rincones, pero seguramente tampoco te estás riendo y se nota que no tienen tu atención completa (empezás a sospechar que su vínculo con vos no tenía nada que ver con vos realmente, sino más bien con lo que vos podías alimentar ahí, dar, una vez retirado eso y cuando vos necesitás otra mirada, cunde el pánico).

Están los que pueden ver lo que te pasa. Generalmente son aquellos a los que les ha pasado. Es muy difícil que alguien comprenda realmente lo que es la muerte de un padre si no la ha vivido. Porque principalmente nos parece algo imposible. Hay una creencia arraigada de que los padres son inmortales y en todo caso se mueren los padres de los demás pero no los de una.

Se quedan, en silencio, sin hacer ningún alarde en particular, las que realmente te conocen. Las amigas y amigos que aunque ni siquiera hables seguido sentís que están. No tienen miedo de tu cara larga, de tus silencios, incluso no tienen miedo de que quieras hablar un rato de lo que te está pasando. Lo reciben con naturalidad. Saben que no les estás por pedir un riñón ni nada por el estilo, incluso te lo darían si pudieran.

Aparecen los inesperados. Ese compañero de trabajo que no conocías tan bien y que de golpe tiene un mensaje de ánimo. La amiga de una amiga que no conocías tan bien y que se acerca para ofrecerte una mano. Tus jefes que te ofrecen adelantos de sueldo y los días que necesites, y que aunque no lo uses estás agradecida de que esté a disposición, sin pedirlo.

Entonces, de un día para el otro, como en un campamento de equipos, podés reclasificar a todos los vínculos de tu vida. Lección número uno. No por obvia fácil de procesar.

Y después viene la otra lección. La que trajo la escuelita de cáncer seguido de muerte. Este silencio que queda cuando uno deja pasar primero el enojo, la resistencia, el agarrársela con otros, las distracciones a lo que está ahí, y que es la certeza de que no tenemos el control.

La conciencia de nuestra mortalidad se actualiza y el equipo pide reinicio. Reinicio de la mente, reinicio del alma, reinicio del cuerpo.

Porque a partir de ahora las palabras no valen lo mismo, los silencios tienen otro valor, el tiempo sube acciones en la bolsa, ya no puedo perderlo con cualquiera o por cualquier cosa, porque de golpe entiendo que es lo único que tengo. Como lo único que tengo es el día de hoy y la elección en mis manos de cómo vivirlo, cómo contestar, con quién compartir el tiempo, a qué dedicarle lamentaciones o esfuerzos, qué soltar por irrelevante, a quién soltar por irrelevante, cosas, personas, actividades, pensamientos, sobre todo pensamientos.

Porque no tenemos el control sobre la muerte, pero sí, apenas un poco, sobre una parte de nuestra vida, pero solo de la nuestra. No controlamos al otro, a ninguno de los otros en ningún sentido verdadero (ni aún si fueras un chantajista ese control está asegurado, el otro tiene siempre un margen de decisión que te excede). No tenemos el control sobre la reacción ni los pensamientos, ni las acciones de los demás. Ni de los que más amamos ni de aquellos que están en las antípodas. No tenemos el control sobre los imponderables del día, sobre los fenómenos de la naturaleza, la caída de los aviones, los accidentes de tránsito, la caída de los sistemas bancarios, las inspecciones de impuestos, la oscilación del dólar.

Pero sí se puede reiniciar el equipo. Oler la casa a fresco, abrir las ventanas, abrazarte con tu perra, compartir el tiempo con esas otras y otros significativos.

La última y más difícil lección de la escuelita del cáncer, es efectivamente soltar el ego, domarlo, desvincularlo de los intereses del día a día. Eso será lo más difícil de ver, y lo más lento de aprender. Requiere de vigilancia constante. Pero si no entendiste lo que es importante y lo que es una trampa, lo que necesita tu ser y lo que te aturde tu ego, no entendiste nada de la escuelita del cáncer. Y tu padre, un poco, tal vez, habrá partido en vano; en lo que a ti desde tu mirada ególatra infantil concierne, ya que él tenía su propia existencia, con un inicio desarrollo final y sentido que él sabría, aparte de vos, querida hija.


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