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Mostrando entradas de marzo, 2020

28 de marzo/55

Tengo muchos secretos,   a veces duermo bien, y otras me despierto al alba, por un mal sueño. Tengo muchos secretos, y a veces pasa todo el día sin pensar en ellos. Pero la noche. No la noche. En estos días de encierro tengo nuevos secretos, (por lo menos tres vinculados a funciones corporales) viejos secretos, y un par de mentiras inconfesables. Hay una cosa que me dijiste en el patio, aquella vez, y hoy me ronda. Y otros, livianos, adolescentes intentos, los llamo secretos pero en realidad no quiero que los lea mi madre.

27 de marzo/56

Mal viaje extraño la ciudad sitiada mostrar los documentos. La tensión, materializándose al mediodía. Presiones, noticias. Percepción de hostilidad creciente. El cuerpo entristecido. Empieza por la nuca. La parte de atrás de los ojos. La frustración, innombrable. Acecharon, después, claro, los mismos sueños.

26 de marzo/57

Lo que escribí hoy es un secreto. Entre el mar y yo.

25 de marzo/58

Lo primero que noté cuando la conocí fue su pañuelo naranja. Era de un tono intenso, invitador. Ella se movía todo el tiempo, como un colibrí de paso en el jardín, por eso no puedo precisar los detalles verdaderos de su rostro. Su pañuelo, que se movía al son de su cabeza, su cabello de peluquería, la ropa sin aspavientos, pero cuidada detalle a detalle, una impresión general de su paso por la oficina… Esas cosas me quedaron. Por eso cuando apareció su hija preguntando por ella, cuando vi su foto multiplicada en las redes, cuando se reproducían en criminal secuencia sus imágenes en la televisión, yo no podía verla a ella. No la reconocía. “Encontraron el cuerpo sin vida de la mujer…” Se imaginan el resto de la historia. Siempre encontraron el cuerpo sin vida. Estaría en un rincón de ese barranco, sucio de sangre, su pañuelo. Fue hallada sin vida. Como si la vida se le hubiera ido sola. El eufemismo que perpetúan los medios. Naranja era el amanecer desde la cocina. Mate

24 de marzo/59

Con los sentidos Cierro mi extensión cyborg porque ya no quiero recibir consejos. No se cansan de decirme qué tengo que hacer con mi tiempo. Pienso en los que ya no están, en los que desapareció la Dictadura, y en los nuevos monstruos que expanden sus delirios de fascismo y mientras recordamos, esta vez sin marchar, se burlan de la Memoria, con esa sirena que viola la tarde. Ay del que tiene oídos esta tarde. Porque el oído es el sentido que lleva lo que suena a la conciencia. Directamente. Hace de la palabra un acontecimiento, lo imprime en la interioridad, como se impregna ese sonido y resuena en medio del estómago, del hígado, del intestino. Y de esa rabia pura, de esa tripa revuelta de miedo y memorias grabadas en el latido primordial, también salen otros sentidos al rescate. El tacto, que apoyo en el pecho adolorido, la vista en las ventanas llenas de pañuelos blancos, el gusto recurrente de la vida que rebrota en los que hacemos red. El olor a libertad, dentro

23 de marzo/60

A veces me pregunto si la esfera que transita las horas no es una luna rota, ciclotímica y rimbombante; y otras veces un susurro de esos que pasan desapercibidos, una sombra dentro de la sombra. Hay días así. La sombra dentro de la sombra. Un libro sobre la mesa que no atino a comenzar. Porque augura recuerdos. Una extraña sordidez en el marco de la puerta. Demasiada sal en la comida. Algunos rostros que se asoman detrás de facciones similares. La sombra dentro de la sombra. Un salto de deseo inesperado. Un resabio. Un retransitar los inframundos en busca, como siempre de respuestas. Equivocadamente. Equivocadamente. Y entonces dormir, despertar, desperezarse. Salir al patio. Abrir el apretado agarre del puño sobre la obsesión de siempre, o una de ellas. Apagar el teléfono. Un buen inicio…

22 de marzo/61

22 de marzo/61 Domingo atérmico y despilfarrado, más domingo que el domingo que jugamos a olvidarnos que todo era mentira entre las manos. Te acordás después de tanto grito acorralado, de tanto silencio. Te acordás, después de todo, después de habernos ignorado  tanto. Yo sí. A veces. Solo un poco.

21 de marzo/62

Liminar liminal liminalidad un espacio entre esto y aquello donde no hay género para algunas culturas donde no hay tiempo donde no se es más bien se no es y ahora yo, y siempre yo en este espacio sucesivamente resucitando una sensación vieja varias veces encadenada en estos lugares no lugares este no ser y ahora, de afuera imponen una nueva liminaridad que no es la mía, pero también es la mía, se intersectan. Quién era y quién seré antes de la cuarta década, haciendo esa limpieza un tiempo antes, quién era y quién seré después de la cuarentena que todavía no ha penetrado o tal vez sí. En este ser y no ser en este espacio para soltar lo que no seguirá y fusionarme, lentamente con lo que se está en car nan do en el encierro.

Luna blanca/luna negra

Hace un par de años escribí mi luna negra, un mes antes de mi cumpleaños, un texto, una palabra, un intento de poema, en cuenta regresiva, para otro nacimiento. Este año van dos lunas, un poco extendidas, de 21 a 21 a 21 hasta llegar al florecer de mayo. Porque después de toda espera, vigilia, después del carnaval y la semilla en tierra, nos esperarán las fiestas de mayo, como a aquellos en otras épocas, y a mí, un nuevo regreso. Voy a compartir en el blog lo que salga de esta experiencia, conmigo con la luna y con las palabras que quieran venir a susurrarme.

Digresiones que trae el aislamiento, escribiendo a distancia con otras (gracias a las y los que se prendieron esta semana al experimentillo)

Heredé de mi padre la absoluta fantasía. Crecí viéndolo imaginarse a él mismo dentro de los werstern o películas de tiros como él decía. Sufriendo los domingos a la tarde por querer ver algo y que se levantara de la siesta y dijera “fíjate si hay una de tiros”. Y hoy que no está, a veces voy a ver una de tiros, de las de ahora, y pienso si a él le gustaría o no. Y como él, me imagino ahí adentro. Soy la persona menos atlética que vayas a conocer en la vida pero me meto en esas carreras interminables donde los cuerpos hacen cosas que no quiero que el mío haga ni de cerca, pero soñándolo posible. En mi mente soy la de Kill Bill, la de los X men o la novia del Guasón, cualquier tarde noche sentada detrás de la pantalla. Y siempre dije ante las lecturas, o ficciones de cine de catástrofes, que no me esperaran, que yo no iba a correr por mi vida. Que no iba a ir media ciudad atrás de Tom Cruise para ser el personaje secundario “que muere para que los otros valoren la vida” como d