Con los sentidos
Cierro mi extensión cyborg porque ya no quiero recibir consejos. No se cansan de decirme qué tengo que hacer con mi tiempo.
Pienso en los que ya no están, en los que desapareció la Dictadura, y en los nuevos monstruos que expanden sus delirios de fascismo y mientras recordamos, esta vez sin marchar, se burlan de la Memoria, con esa sirena que viola la tarde.
Ay del que tiene oídos esta tarde. Porque el oído es el sentido que lleva lo que suena a la conciencia. Directamente. Hace de la palabra un acontecimiento, lo imprime en la interioridad, como se impregna ese sonido y resuena en medio del estómago, del hígado, del intestino.
Y de esa rabia pura, de esa tripa revuelta de miedo y memorias grabadas en el latido primordial, también salen otros sentidos al rescate. El tacto, que apoyo en el pecho adolorido, la vista en las ventanas llenas de pañuelos blancos, el gusto recurrente de la vida que rebrota en los que hacemos red. El olor a libertad, dentro de la casa, y afuera, también.
Porque quedarse ahora tiene que ser una decisión personal y colectiva política, sin más mediaciones que las que ya han sido dispuestas y están dentro de los marcos de la constitucionalidad. Sin la marca de la inestabilidad que quiere someternos al abuso, al absurdo y sucesivo amontonamiento de reglas nuevas que no son necesarias más que para impregnarnos de tristeza, justo cuando necesitamos de las pasiones alegres. No la alegría estúpida de la evasión o el entretenimiento, sino las pasiones alegres que son profundas y no ignoran ni se alienan ante el dolor, la hondura de la unión, la extensión de lazos, la responsabilidad social.
La alegría que es potencia creadora, comunitaria.
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