Elisa Lucinda
1958
Brasil
El poema del semejante
El Dios del parecido
que nos cose en igualdad
que nos papel-carboniza
en sentimiento
que nos pluraliza
que nos trivializa
por bajo y por dentro,
fue ese Dios que dio
destino a mis versos,
fue Él quien les arrancó
la ropa de individuo
y les dio otra de individuo
aún mayor, aunque más justa.
Me asusta y me calma
ser portadora de varias almas
de un solo sonido común eco
ser reverberante
espejo, semejante
ser la boca
ser la dueña de la palabra sin dueño
de tanto dueño que tiene.
Ese Dios sabe que la palabra “alguien”
es apenas el singular de la palabra “multitud”.
¡Qué grande mundo!
Todo el mundo besa
todo el mundo anhela
todo el mundo desea
todo el mundo llora
algunos por dentro
algunos por fuera
alguien siempre llega
alguien siempre se demora.
El dios que cuida del
no desperdicio de los poetas
me dio esa fiesta
de similitud
me sacudió en el pecho de mi amigo
me arrimó a él
en actitud de verso beso y ombligos,
extirpó de mí lo exclusivo:
la soledad de la bravura
la soledad del miedo
la soledad de la usura
la soledad del coraje
la soledad de la bobera
la soledad de la virtud
la soledad del viaje
la soledad del error
la soledad del sexo
la soledad del celo
la soledad del nexo.
Al Dios soplador de karmas
le dio por hacerme parecida.
Aparecida
santa
puta
niña
le dio por hacerme
diferente
para que probase
la alegría
de ser igual a toda la gente.
Ese Dios dio colectivo
a mi particular
sin yo ni quejarme.
Fue Él, el Dios de la par-esencia
el Dios de la esencia-par.
Si no fuese por la inteligencia
de la semejanza
sería solo mío mi amor
sería solo mío mi dolor
tontita y sin bonanza
sería solita mi esperanza.
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