Día 98
Camila Sosa Villada
1982
Argentina
Instrucciones para mi muerte 1
en mi epitafio debería leerse:
aquí yace carne de arrabal que fue pudriéndose en vida,
todo su cuerpo estaba lleno
de pequeñas pero insoslayables cicatrices,
su pelo era oscuro y estaba un poco seco.
vivió como una dragqueen las veinticuatro horas del día,
fue travesti hasta la muerte.
pensaba que el mundo era profundamente homosexual.
creyó.
tuvo una profunda fe, hecha de antiguas decepciones.
creyó en la vegetación, en las selvas,
en las porciones vírgenes de la tierra,
creyó en un corazón-imán que nos mantiene atados
a este planeta y a este destino,
creyó en el destino y en el azar,
creyó en la muerte,
en los hombres que amó aun cuando mintieran,
tenía fe ciega en que siempre es más noble
la mentira de vivir en otro mundo,
que la miserable verdad que nos da como limosna el
capitalismo.
creyó en sí misma, se conoció,
se tomó el corazón con la mano y le cosió la palabra:
resiste.
creyó en la resistencia, en lo salvaje,
en las mujeres salvajes,
en los territorios salvajes donde se muerde y se lame
para decir lo mismo.
creyó en la ternura, en el precio de la ternura,
creyó en la fiebre, en el dolor, en la vejez
y en la rabia.
fue rabia contundente, indomable y necesaria.
creyó y amó e hizo daño como cualquiera
aunque eso no justifique ninguna de estas tres estupideces.
sobre el final de su vida fue escabulléndose en su idea de
sí misma,
fue encontrando una madre y un padre en su propio pecho.
un asilo para ella y su infancia, como las carpas que se
hacen de niños
en el patio de la casa.
quiso ser madre y tuvo madera para serlo
pero en los dados fue desafortunada.
como hechos significativos logró colgarse de un trapecio,
visitó finlandia y sólo finlandia,
fue actriz y prostituta,
le costaba diferenciar en qué momento era una
y en qué momento era la otra.
conoció el mar a los 30 años y quedó sangrando.
escuchó buena música y se traicionó,
una y otra vez, una y otra vez,
como si una vez fuera demasiado poco.
a las cartas de amor las comenzaba pidiendo perdón,
su último amor fue es y será el único.
no gustaba a los hombres, pero les sacudía el espíritu.
ya lo decía el blues: nadie es perfecto porque nadie es
libre,
los desengaños amorosos ajaron su carne,
resecaron su corazón y le cambiaron la índole:
su dulzura se agrió.
le llevó toda la vida reconciliarse con su padre.
la razón de su cansancio eran 33 años
de la más agresiva resistencia a todo.
le gustaba sonreír pero no le gustaban sus dientes.
el público fue el esposo que decidió conservar.
con la tristeza bailaba todos los días el vals.
murió feliz pronunciando los nombres de sus amigos,
hizo cruzar sus recuerdos hasta el más allá.
para justificar su carne le bastaba
una foto de niño en la que se revelaba
que el mundo debía tratarlo con más piedad.
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